martes, 24 de enero de 2012

ENCAJES HINCHABLES

A veces, caminando cerca de un colegio o parque, escuchamos a lo lejos unas voces que reclaman nuestra ayuda. El balón de football, la pelota de tenis, la de ping-pong, suelen ser elementos que con frecuencia intentan escapar de sus límites preestablecidos. Con seguridad, uno recoge el balón y observa como sobrevuela la verja, muro o matorral que suele separarlo de sus dueños. Los gritos de alegría al recuperarlo culminan la hazaña, aunque, si es detrás de un muro, muchas veces no alcanzas a observar las caras sonrientes, después de la espera. Imagino que a todos nos ha ocurrido alguna vez, y no sé porqué tiene algo de satisfactorio lo de tropezar con una pelota ajena y lanzarla de nuevo a su propietario. ¿Qué ocurre cuando el balón con el que te tropiezas es ocho veces más grande que tú y obstruye tu calle? En el caso del Red Ball Project se trata de un gigante balón inflable rojo que puede aparecer tanto embutido en la callejuela junto a la panadería como flotando en el balcón del ayuntamiento. El protagonista es un intruso aterrizado en la ciudad que no puede pasar desapercibido y tiene algo de las esculturas de objetos fuera de escala de C. Oldenburg. El gigante rojo tiene todos los elementos para seducirnos por sorpresa al girar una esquina. Con su presencia desproporcionada en el espacio público de la ciudad nos pregunta: ¿Qué hago yo aquí? La sonrisa es inevitable. El artista Kurt Perschke ha paseado su enorme globo rojo por medio mundo marcando rincones insospechados, trepando puentes e invadiendo monumentos acompañado de su descomunal compañero. Nos recuerda a aquella película de Albert Lamorisse dónde un globo rojo (de tamaño normal) se convertía en el mejor amigo de un niño que paseaba la gris París a mediados de los cincuenta, y coloreaba las paradas de autobús, las farolas y las ventanas con su presencia. De momento el Red Ball Project ha invadido ciudades como Abu Dhabi, Toronto, Chicago o Taipei. ¿Quién sabe? Quizás la próxima parada la haga en tu ciudad.
E.G.





fotografías: redballproject.com

Si queréis conocer el proyecto:



martes, 17 de enero de 2012

BLANDURAS BAJO LOS PIES

Todos hemos experimentado alguna vez el placer de caminar sobre superficies insospechadas. Algunos incluso modificamos recorridos para poder caminar sobre las alfombrillas situadas en los accesos de algunos establecimientos o nos colamos en los parques infantiles para volver a sentir la blandura bajo los pies. Quizás nuestros pies sean esos grandes olvidados en el espacio urbano, y eso que el paseante lo sabe bien, ellos son los eternos protagonistas de nuestras andaduras. Unos zapatos recién estrenados o alguna piedra del camino pueden marcar la diferencia entre un placentero paseo o una alargada tortura. En nuestras casas sin embargo parece que sí que dedicamos algún que otro ritual a nuestras plantas de los pies. Y es que nuestros hogareños suelos nos dan la clave. Entramos a través del felpudo (cepillo y sonido), nos acomodamos para leer sobre la alfombra (suave y caliente), salimos de la ducha y caemos sobre la esterilla (lo primero que hay que secar son los pies). Todo este placer se multiplica si pensamos en caminar sobre la arena (húmeda o caliente), sobre la hierba (mojada o seca) o recordamos deslizarnos, intentando patinar, un día de lluvia sobre algún que otro pavimento de nuestra ciudad (con el riesgo de rompernos varios huesos a la vez). Todo apunta a la blandura como placer para nuestros pies. ¿Nunca habéis soñado con una ciudad enmoquetada? ¿Con caminos de alfombrillas?¿Con pavimentos movedizos? Para los que compartáis este placer, el estudio de arquitectura francés Raum ha ideado la Ville Molle (la ciudad blanda), un pavimento  blando de adoquines capaces de responder al movimiento generado sobre su superficie. Esta blandura urbana nos recuerda que todavía es posible acercar el espacio público a nuestros sentidos. Como ya vimos con las fachadas musicales de stadt:klang a veces la ciudad se puede convertir en el escenario de lo imprevisto y la sorpresa para nuestros oídos, nuestras manos, ¡Y nuestros pies!
E.G.


                             

foto: raum.fr

Para saber más de la Ville molle de Raum:



jueves, 5 de enero de 2012

ECOS URBANOS

Si pensamos que la distancia más corta entre dos puntos es una línea recta no siempre estaremos en lo cierto. Demasiado tarde. Aunque, acostumbrados a un aplastante sistema espacial euclidiano, no podríamos imaginar otra forma de recorrer ese trayecto con facilidad. Sin embargo, parece que sumergidos en el espacio digital las distancias se desmaterializan, y lo tangible se convierte en un recuerdo. El espacio virtual configura otros lugares dónde, no sólo los espacios se multiplican, si no que las identidades se reinventan. ¿Entonces, cuál es la distancia entre dos puntos? Fuera de los parámetros concretos a los que estábamos habituados, los espacios se extienden lejos de nuestro sistema de percepción cotidiano. El equipo creativo de LUST lab utiliza los medios digitales para plantearnos cómo se pueden reubicar esos puntos en el espacio urbano cuando navegamos virtualmente. El resultado: ciudades dentro de ciudades. Usando soportes de paneles publicitarios,  mobiliario urbano demasiado habitual, webcams y espejos, en su proyecto Urban Echo nos tropezamos con lugares lejanos, dentro de nuestro espacio público.  Las posibilidades se multiplican y crecen lugares en el escenario tangible que nos rodea. Las webcams nos permiten ver en la lejanía y los espejos reflejan nuestro presente. Ahora podemos estar en otro lugar sin tocarlo. Los ecos de esas ciudades podrían ser recuerdos visibles, espacios en pantalla dónde, nosotros  reflejados, ya no estamos dónde estábamos.
E.G.





Imágenes: lustlab.net

Si os pueden interesar los proyectos de LUSTlab aquí tenéis las coordenadas: