Todos hemos experimentado alguna vez el placer de caminar sobre superficies insospechadas. Algunos incluso modificamos recorridos para poder caminar sobre las alfombrillas situadas en los accesos de algunos establecimientos o nos colamos en los parques infantiles para volver a sentir la blandura bajo los pies. Quizás nuestros pies sean esos grandes olvidados en el espacio urbano, y eso que el paseante lo sabe bien, ellos son los eternos protagonistas de nuestras andaduras. Unos zapatos recién estrenados o alguna piedra del camino pueden marcar la diferencia entre un placentero paseo o una alargada tortura. En nuestras casas sin embargo parece que sí que dedicamos algún que otro ritual a nuestras plantas de los pies. Y es que nuestros hogareños suelos nos dan la clave. Entramos a través del felpudo (cepillo y sonido), nos acomodamos para leer sobre la alfombra (suave y caliente), salimos de la ducha y caemos sobre la esterilla (lo primero que hay que secar son los pies). Todo este placer se multiplica si pensamos en caminar sobre la arena (húmeda o caliente), sobre la hierba (mojada o seca) o recordamos deslizarnos, intentando patinar, un día de lluvia sobre algún que otro pavimento de nuestra ciudad (con el riesgo de rompernos varios huesos a la vez). Todo apunta a la blandura como placer para nuestros pies. ¿Nunca habéis soñado con una ciudad enmoquetada? ¿Con caminos de alfombrillas?¿Con pavimentos movedizos? Para los que compartáis este placer, el estudio de arquitectura francés Raum ha ideado la Ville Molle (la ciudad blanda), un pavimento blando de adoquines capaces de responder al movimiento generado sobre su superficie. Esta blandura urbana nos recuerda que todavía es posible acercar el espacio público a nuestros sentidos. Como ya vimos con las fachadas musicales de stadt:klang a veces la ciudad se puede convertir en el escenario de lo imprevisto y la sorpresa para nuestros oídos, nuestras manos, ¡Y nuestros pies!
E.G.
E.G.
foto: raum.fr
Para saber más de la Ville molle de Raum:
Una ciudad con suelo blando suena bien... pero mi ciudad, en cambio, es mucho más "emocionante": cuando llueve, las aceras patinan y andar por la calle se convierte en un deporte de riesgo. De hecho, los pasos de cebra también patinan, y todo brilla a la luz de las farolas. Para mucha gente es un problema - sobretodo porque cuando llueve se suelen tener las manos ocupadas por el paraguas - pero tiene su encanto caminar en posiciones imposibles para evitar la caída... y observar que todo el mundo alrededor camina igual!
ResponderEliminarAl final todo va de suelos... y del uso de los pies :p
Tienes razón, la lluvia lo transforma todo en la ciudad...Al final todo va de suelos, ¡Y de muros!
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