Las mismas calles de siempre, los mismos árboles, los mismos cruces... Creemos que conocemos nuestra ciudad dado que, durante el tiempo que la habitamos, recorremos y repetimos mil veces los mismos trayectos: camino al trabajo, al supermercado, a casa de un amigo...
Pero, ¿qué pasa cuando, por unas horas, esos mismos espacios se reconvierten? ¿qué pasa cuándo los vivimos desde una perspectiva totalmente diferente? Ésta fue mi experiencia hace unos días: las calles de la ciudad, de mi ciudad, fueron alteradas completamente.
20.000 personas ocuparon el centro con sus zapatillas de correr, sus dorsales, algunas con carritos de bebé, con patines, con sus perros, o incluso, con sillas de ruedas. Un acontecimiento ciudadano sin distinciones, abierto a todo el mundo, una ocupación 100% popular, aunque efímera. ¿Quién me iba a decir a mi que formaría parte de esa masa corredora?
Posiblemente, fue una experiencia especialemente intensa para mí porque era la primera vez que asistía. En todo caso, la sensación de sorpresa continua ante esta perspectiva totalmente nueva de espacios tan familiares, se combinaba con un sentimiento visceral e irracional de que la ciudad me pertencía. Pero no en sentido de propiedad privada, sino como pertenencia comunitaria: la ciudad fue realmente nuestra... por unas horas.
O al menos ésa es la ilusión que crean las endorfinas características, imagino, de toda actividad deportiva.
Tuve la suerte de que me convencieran para participar...estoy contigo, mientras te animas a seguir corriendo (o caminando) rodeada de tanta gente sientes que,¡La calle es tuya!Recorrer las avenidas sin coches, libres para tus pies, es sin duda una experiencia particular. Allí en medio del asfalto, el escenario de la ciudad se redibuja, las calles adquieren otra dimensión...y por alguna razón, al terminar regresando a casa con una sonrisa de oreja a oreja, intentas ocupar el espacio que tantos obstáculos urbanos te habían impedido disfrutar. Más cerca de la calle y de la ciudad.
ResponderEliminarYo intenté ocupar mis espacios. El físico de los obstáculos urbanos que conquistábamos cual marabunta de selva tropical y el moral por perder en la meta contra un niño, raudo y veloz. Mi intento fue ennegrecer unos pulpos y reintentar alimentarme con algo demasiado hecho. El hecho en sí es participar, sentirte una parte de la marabunta. Comer ciudades con olor a sudor. Marabuntear. Ocupar lo que es tuyo.
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