Personalizar” según la RAE,
significa “dar carácter personal a algo”. Pues el otro día me encontré,
por casualidad, en una casa que era la idea de personalización hecha
realidad. Un espacio en el que, cada rincón, cada objeto, cada detalle,
encapsula un trocito de la personalidad y de la historia vital de su
dueño. En 50 metros cuadrados de perfecta combinación gris-negro-verde
pistacho, pude encontrar desde una máquina de escribir Underwood
heredada, pasando por un stylophone recién adquirido, hasta una pared
con pintura imantada fruto de horas de capa sobre capa. Porque, en ese
lugar, nada es casual y todo, absolutamente todo, tiene un significado:
la réplica de la espada del Rey Arturo regalo de un familiar próximo,
una mesa de Ikea forrada con un mapa del mundo antiguo, una colección de
relojes regalados, un armario lleno de especias y tés traídos de
distintos viajes, una manta tejida por su madre, una pared de pizarra
donde cada visita puede dejar su huella, un buda-llavero cubierto de
collares y pulseras de sus sobrinas autoproclamadas princesas... Este
espacio intenso, salpicado – o mejor dicho: empapado - del “carácter
personal” de su creador, envuelve al visitante y expresa una voluntad:
la de personalizar hasta crear un lugar, sin duda, único en el mundo.
Indudablemente, se trataba de una casa poco común, resultado de meses de esfuerzo y “elaboración”. Sin embargo, resulta curioso encontrar
expresiones de este impulso “personalizador” también a escalas mucho
mayores. Me refiero a esa calle recientemente adoquinada, sembrada de
árboles enjaulados y perfectamente alineados, al “estilo del alcalde”; o
el gran monumento faraónico que refleja la interpretación tan personal
y, al mismo tiempo, tan política, de lo que considera “moderno” un
gobierno autonómico.
Al final, voluntariamente o involuntariamente, no podemos contener este
instinto de nidificación que nos obliga a dejar huella, a expresarnos a
través de los objetos, a esparcir trocitos de nosotros mismos en todo lo que nos rodea. Al
fin y al cabo, somos lo que habitamos, ¿no?
R.O.
Me gusta ese instinto de nidificación, es algo así como dejar huella, inevitablemente allí por dónde pasamos. Sin duda cada uno nos apropiamos de nuestro espacio habitado de una manera construimos nuestra huella en cada instante. A veces un simple movimiento, una carcajada o unas palabras se congelan en el espacio y lo construyen, en nuestra memoria, y así nos apropiamos también de él, con nuestro recuerdo, con la experiencia vivida en él.
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